Katathlón



La idílica imagen que atesoramos de la Antigua Grecia está ciertamente alejada de la que asociamos con la Grecia contemporánea. Todos hemos estudiado sus orígenes y su cultura, base de la civilización occidental, como una de las cúspides indiscutibles del arte, la filosofía, la política y el deporte. Su influencia fue capital para el Imperio Romano, el Renacimiento o el movimiento Neoclásico en el siglo XVIII. Sin embargo, lo que un día fue referente, en la actualidad provoca rechazo y desconfianza.

En los últimos años, nos hemos cansado de escuchar al gobierno proclamar a los cuatro vientos: no somos Grecia. Desde luego, la equiparación de España con el país heleno no interesa puesto que supone un vínculo irremediable con los conceptos que resuenan tras su realidad reciente y, en gran medida, vigente: rescate, deuda, corrupción, paro, revueltas… Al final va a resultar que sí somos Grecia. David Crespo considera ésta relación obvia y sabe que, traer la situación griega a un primer plano, supone hacernos reflexionar sobre la propia. No olvidemos lo que fuimos y donde estamos ahora.

El nombre de la exposición, Katathlón, surge de la fusión de dos palabras, ambas derivadas del griego: katastrophe que significa ruina, destrucción -y pentatlon-, competición atlética que constaba de cinco partes. El primer término alude, por un lado, a la cuestión que veníamos refiriendo de la crisis griega y, por otro, al costoso y enrevesado proceso de investigación llevado a cabo por el artista para realizar este proyecto. No me resisto a mencionar que una de las opciones expositivas alternativas consistía en desparramar todas las piezas por el suelo, evidenciando el caos al que había llegado y poniendo de relieve lo inesperado, factor que sobrevuela toda la muestra. 

El segundo vocablo contenido en el título, pentatlón, es el que define el grueso del trabajo. Esta modalidad deportiva era, en la Grecia del culto al cuerpo, la prueba reina por ejercitar múltiples capacidades como la velocidad, la fuerza, el equilibrio, la destreza o la resistencia. Los pentatletas se reputaban superiores a los demás y su entrenamiento en las cinco disciplinas – estadio (carrera), lucha, salto de longitud, lanzamiento de jabalina y de disco- estaba incluido en el servicio militar. La pericia en ejecutarlas determinaba su validez en el campo de batalla, considerándose a los atletas destacados en esta competición como los mejores guerreros.

Poco o nada queda ahora del esplendor que rezumaban aquellos campeonatos de la Antigüedad. Quizá, la celebración de los Juegos Olímpicos en Grecia en el 2004, nada más entrar en la Eurozona, fue el último coletazo de brillantez antes de la hecatombe económica. Las formas de ocio que proliferan en el momento actual son bien diferentes, en cierta medida condicionadas por las circunstancias de precariedad. David Crespo, durante su estancia en Atenas y Tesalónica, se ha parado a analizar los deportes o modos de recreo más populares en  el presente y ha establecido correspondencias con las cinco pruebas originales para crear un nuevo pentatlón.

Las asociaciones pueden resultar básicas o incluso absurdas, pero responden a una necesidad de construir un diálogo entre las disciplinas antiguas y las de nuestro tiempo. De hecho, aquel que sepa manejarse con habilidad en estas nuevas artes creadas por el artista, será laureado con la que podría ser la condecoración por excelencia de nuestros días: la de buen revolucionario. De ahí que todas las prácticas contengan elementos agitadores, presentes en las piezas. La exposición se materializa en cinco vídeos, cargados de humor e irracionalidad, en los que se practican las pruebas; cinco instalaciones, entre lo dramático y lo irónico, que son el vestigio de las grabaciones; y cinco archivos de imágenes pertenecientes a cada una de las disciplinas. La primera, estadio, consiste en una carrera de 192 metros y se relaciona con el backgammon, uno de los juegos más divulgados en Grecia cuyas partidas se caracterizan por su larga duración. Crespo ha dispuesto 8 tableros, uno de ellos explotado con un petardo, en los que la suma de sus casillas es precisamente 192, estableciendo así un paralelismo entre la pesadez de ambos ejercicios. La lucha encuentra su aliado en el baloncesto a través del combate deportivo dentro del partido. En la instalación, reducida a una cubeta y un balón sobre una peana, la fuerza se concentra en la simplicidad y el impacto visual. El tenis se asocia con el salto de longitud al conectar las raquetas con las halteras, piedras que utilizaban los antiguos atletas para impulsarse. En la pieza, la estructura que debería guardar pelotas de tenis, esta llena de cócteles molotov. La esbeltez de la jabalina se equipara con la de la caña utilizada para pescar, una actividad que también ha proliferado en las ciudades citadas y que es más bien una excusa para reunirse. En la sala encontramos una caña incrustada en el parabrisas de un coche teledirigido de policía, símbolo indiscutible de las revueltas. El mando del artefacto está a disposición del público para que puedan estamparlo contra la pared hasta que, desgastado, se quede sin pilas. Por último, el lanzamiento de disco se vincula a la bicicleta por la circularidad de sus componentes fundamentales. La escultura consiste en una rueda y dos lámparas, una que ilumina y otra rota llena de sisa, droga conocida como “mata pobres”, que evidencia la desesperación en la que está sumida el país. 

En los vídeos, los protagonistas van ataviados con vestimentas que aluden a diferentes grupos revolucionarios como el Pink Block o el Black Block, enfatizando el perfil alborotador de las acciones, que por otro lado rozan lo cómico. Siguiendo la línea de sus últimos trabajos, David Crespo utiliza el deporte como herramienta y excusa para abordar problemáticas sociales desde una perspectiva colateral. Las formas de entrenamiento y los pasatiempos que desarrolla una colectividad tienen que ver con las necesidades y los medios de los que disponen en cada momento. Las condiciones pueden ser buenas en un periodo determinado, pero eso no garantiza que vaya a ser siempre así, véase el caso de Grecia: poco a poco las malas gestiones se acumulan, las coincidencias se juntan, el clima se turbia, los cambios no favorecen y…¡cataplúm! Todo se desmorona.

Nerea Ubieto