En el principio de la humanidad, está el juego y está el arte. Somos humanos porque jugamos, y la parte del homo sapiens que resuelve el “deseo de prodigar”, el deseo de dar algo a cambio de nada (de nada rentable, por supuesto), el deseo de dar porque sí, eso, explicó Georges Bataille, es el juego. Sin ese impulso, no hay arte que valga.
¿Qué prodiga David? Está el juego como conjuro del aburrimiento. El juego como salida honrosa para redimir ese invento que según Duchamp, habían aportado los happenings a la historia del arte moderno. -¡Yo nunca había pensado en hacer una cosa para que la gente se aburriera viéndola!-, le dijo a Pierre Cabanne.
El juego para divertirse/divertirnos. Entre los significados de esta palabra, además del previsible de entretener, aparecen también los de apartar, desviar, alejar. ¿Hacia dónde? ¿A quién? También nos lo dice el diccionario: dirigir la atención del enemigo a otra o a otras partes, para dividir y debilitar sus fuerzas.
Que nadie piense que el juego es inocente. El juego y la risa, esas cosas tan serias. David dando patadas, torpemente a un balón (¡ay!, esos chicos –listos y sensibles- a los que no les gusta jugar al fútbol), con el uniforme de la roja –sólo escribirlo me da repelús-, en camiseta de manga corta atravesando un nevado Berlín. Casi nadie lo mira; apenas un par de personas se encuentra realmente con él: el juego revela el extrañamiento que implica la experiencia real de esa ciudad –esa- que se presenta como cosmopolita y abierta.
Nada refleja mejor la mezcla de esperanza y temor que encierran esas dos preguntas de la infancia que te acompañan toda la vida. ¿Puedo jugar? ¿Juegas conmigo? El trabajo de David formaliza las negociaciones que implica el juego: inventa normas híbridas, nuevas reglas, y fija nuevos espacios para que no se produzca ni en tu casa ni en la mía, sino en territorios reales y, más que imaginarios, por imaginar, que nunca se habían pensado antes.
El juego y los juegos. Esas cosas en las que se escenifican tantas pasiones, tantos conflictos. Todo jugador guarda un as en la manga, algo que puede ponerse en juego en cualquier momento. Algo que puede surgir inesperadamente y desencadenar la carcajada o la media sonrisa, depende. Proponer el arte como juego implica proponer el arte para vivir la vida combinando astucia y libido. De la cintura para arriba y de la cintura para abajo. Terminamos con la última acepción de divertirse en el diccionario: dirigir hacia otra parte un líquido corporal. ¡Salud!
Selina Blasco